sábado, 28 de septiembre de 2013

Ceuta española y victoriosa. De los hostigamientos del siglo XVII al gran cerco de Muley Ismail. La configuración de la Ceuta moderna.

CISDE. Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R). La lealtad de Ceuta fue premiada por Felipe IV con la concesión, en 1641, del título de Muy Noble y Leal Ciudad. Posteriormente, según Real cédula de 1654, se agregó el dictado de Fidelísima.

Hasta 1694, año en el que se inicia el largo sitio decretado por el sultán Muley Ismael, la plaza sigue su ya crónica situación en la que no cesa la hostilidad de los fronterizos alternando con momentos en los que no son raras las relacionas de amistad y de comercio entre unos y otros, ni es extraño que en Ceuta se acojan autoridades marroquíes caídas en desgracia o vencidas en el continuo guerrear en que se consume el imperio. Así, destacaremos como principales hechos de armas los sucedidos en 1644, 1662, 1664, 1665 y 1674.

El primero de los citados fue el ataque de más de 3.000 moros a un reducto guarnecido por una compañía que quedó aniquilada antes de que acudieran las fuerzas que consiguió rechazar a los atacantes. Para vengar la muerte de los 42 defensores del reducto dicho, y tratar de rescatar a  dos cautivos, se persiguió a los asaltantes, a los que se dio alcance cerca de Negrón, matando a muchos y obligando a los demás a buscar un asilo seguro dentro de las fortificaciones de Tetuán.

En 1662, si bien se produjo el fracaso de la fuerza que desembarcó en los Castillejos para proveer de leña a la plaza, y la infortunada salida realizada con igual cometido, en la que perdió la vida el adalid Pedro Vieyra Arráez, se sucedieron una serie de hechos victoriosos, no limitados al campo fronterizo, sino extendidos en ciertas ocasiones a alguna distancia de la plaza e incluso en el mar, contendiendo con corsarios berberiscos y argelinos y hasta con navíos de guerra de Francia.

En 1664, el marqués de los Arcos rechaza hacia las montañas de Anyera el ataque de una gran fuerza musulmana, evaluada en 24000 combatientes.

En 1665 se produce una incursión hasta el valle de los Castillejos en la que se consigue abundante ganado y algunos prisioneros.

En 1672 sube al trono de Marruecos el sultán Muley Ismail, bajo cuyo reinado se recrudecieron, las tradicionales hostilidades contra las plazas españolas en la costa norte africana. Así, Ceuta, Melilla, y los Peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera, sufrieron duros, aunque infructuosos asedios.

En 1674, se rechaza el ataque de más de 10.000 moros, a los que se produjeron más de 400 muertos, y 160 cautivos, por tan solo un muerto y nueve heridos propios.

También fueron frecuentes los enfrentamientos en el mar. En 1674 hacía ya dos que España, aliada con Holanda y Austria, se hallaba en guerra con la Francia de Luis XIV.

El 22 de Junio, una flota de 28 navíos franceses se presentó ante Ceuta, siendo rechazada por su artillería, que echó cinco de ellos a pique; mientras, se mantenía en tierra dura batalla contra 20.000 moros que buscaban  resarcirse de los descalabros pasados.

Para el de Ceuta, el Sultán, destinó un ejército de 40.000 hombres siendo la población total de la plaza en aquel momento de 3490 habitantes, de los que 2250 eran civiles y el resto soldados y desterrados (1000 infantes, 100 jinetes, 80 artilleros y 60 marineros). Dado lo exiguo del personal, pidió refuerzos al gobierno de Madrid y a las ciudades andaluzas del litoral, al tiempo que con los medios disponibles se dispuso a organizar la defensa y realizar las obras necesarias para reforzar las antiguas fortificaciones.

El día 22 de Septiembre de 1694 las tropas musulmanas alcanzaron las inmediaciones de la plaza, iniciándose así un sitio que va a durar 33 años. Con el transcurrir de los años de sitio se fue construyendo una imponente red de baluartes, revellines, contraguardias y lunetas, que hacían casi imposible la toma de la ciudad por el frente de tierra con los medios bélicos de entonces.

En Julio de 1695, la guarnición se había “acostumbrado a la situación”, lo que unido a la enfermedad del gobernador y la muerte del segundo jefe de la plaza, provocó una cierta relajación de la  disciplina y el descuido en el servicio que una situación como la que se soportaba requería.

Esta situación fue denunciada a los sitiadores por un desertor, de modo que el día 30, a las doce del mediodía, algunos moros, al amparo del descuido de la vigilancia, escalaron los muros de  las contraguardias de San Pedro y San Pablo, y mataron a los negligentes centinelas.

Afortunadamente fueron descubiertos por otros de la muralla real, que alertaron a la ciudad. Se  consiguió organizar una fuerza de reacción que a cuchilladas desalojan a los moros del baluarte, recuperando el valor lo que perdió a descuido. La jornada se saldó con 2500 moros muertos, por 126 de  los españoles además de 100 heridos.

El 18 de Mayo de 1703, se produjo una información en sentido contrario, llegándose al convencimiento de que una salida de la guarnición podía proporcionar grandes ventajas. Para ello se dispuso una fuerza integrada por 1.500 infantes y 180 jinetes, organizadas en cuatro columnas, en tanto que desde el mar algunos barcos, costeando, se mantenían en condiciones de impedir un posible envolvimiento.

La salida resultó un éxito, consiguiéndose un abundante botín, al precio de 1 muerto y 17 heridos, en tanto que las bajas contrarias pasaron de 300 muertos, muchos heridos y 10 prisioneros.

Durante la Guerra de Sucesión española se produjo la ocupación de Gibraltar por Gran Bretaña, en Agosto de 1.704, lo que modificó significativamente la situación de la sitiada Ceuta. El primer momento de peligro se  produjo cuando la misma flota anglo-holandesa que tomó el Peñón, se presentó ante Ceuta, conminado al gobernador a su entrega, lo que, evidentemente no se produjo, retirándose la flota enemiga.

Finalizada la Guerra de Sucesión, Felipe V consideró llegado el momento de levantar tan largo  asedio, ordenando la constitución de un ejército de 16000 hombres que, al mando del general marqués de Lede, desembarcó en la ciudad en los últimos días de Octubre de 1720.

El 15 de Noviembre, de madrugada, se iniciaron las operaciones ofensivas con las fuerzas divididas en cinco columnas, cuatro de Infantería y una de caballería. El enfrentamiento resultó victorioso para las armas españolas, estableciéndose el campamento español en el mismo lugar que habían ocupado las fuerzas moras, a las que se cogieron 29 cañones, 4 morteros, armas, municiones, víveres, tiendas de campaña, 3 estandartes y 1 bandera, contándose sobre el terreno unos 500 cadáveres. Por parte española, las bajas fueron de 108 muertos y casi 200 heridos.

La reacción marroquí no se hizo esperar, y el 6 de Diciembre, una fuerza de unos 40000 hombres se presentó ante nuestras líneas, teniendo nuestras fuerzas que replegarse sobre Ceuta, si bien provocando al enemigo unas bajas estimadas en unos 8.000 hombres, en tanto que las propias se cifraron en 45 muertos y cerca de 400 heridos.

Esta retirada permitió a los moros rehacerse y volver al ataque el día 21, en número de 35 a 40000 combatientes. Una vez más, nuestras tropas salieron victoriosas del combate defensivo, causando al enemigo 4.000 bajas, por tan solo 80 propias.

Hasta la muerte de Muley Ismael, ocurrida el 22 de Febrero de 1727, la situación permaneció inalterable; sin embargo a partir del 7 de Marzo, los sitiadores comenzaron a retirarse, cansados de tan largo bloqueo que tan pocos resultados prácticos había producido.

Las más de tres décadas de asedio significaron para Ceuta su total transformación, perdiendo su carácter portugués para convertirse en una ciudad española. A ello contribuyó: la prohibición de hablar en portugués, la sustitución de su moneda por la española, la guarnición con tropas españolas, la expulsión de los judíos (1707), la naturaleza de sus intercambios económicos, la procedencia de sus aprovisionamientos, la supresión de los fueros portugueses, etc.

Levantado el largo asedio de 1694-1727, siguió un lustro de relaciones pacíficas entre la plaza y sus vecinos, etapa que se rompe en Octubre de 1732 cuando surge una inesperada amenaza sobre Ceuta, instigada y dirigida, increíblemente, por un holandés, antiguo ministro de Felipe V, el barón de Riperdá. Este personaje, depuesto de sus funciones y encarcelado en el Alcázar de Segovia por divulgar secretos de Estado, consigue huir de prisión y, tras un periplo por diversas capitales europeas, llega a Marruecos, se convierte al Islam y convence al sultán para organizar un ejército de 35.000 hombres, con el objetivo de apoderarse de Ceuta.

Afortunadamente, una sola y arriesgada operación, decidida por el gobernador de la plaza, mariscal D. Antonio Manso Maldonado, al frente de la práctica totalidad de la guarnición, unos 8.000 hombres, consiguió abortar el ataque, en apenas un día de combate.

Los problemas internos del vecino reino de Marruecos mantuvieron a Ceuta al amparo de ataques exteriores. Esta actitud terminó a finales del año 1753, cuando sin razón alguna volvieron los moros a sus agresiones y merodeos, y fueron precisas operaciones de castigo para contenerlos.

Esta tesitura se mantuvo hasta el 23 de Mayo de 1757, fecha en la que, también de forma insospechada y repentina, se produce un nuevo bloqueo de Ceuta de unos dos meses de duración, si bien se limitó, en general, a un moderado intercambio de fuego de artillería y fusilería, así como, aparatosas demostraciones de fuerza del numerosísimo ejército sitiador. La plaza fue reforzada con tropas de infantería y, especialmente, con 230 artilleros procedentes de Cádiz y otros 30 del Campo de Gibraltar.

En los primeros días de Julio se retiraron las huestes del sultán, que falleció tres meses después, y la plaza se vio libre del bloqueo, disfrutando durante bastante tiempo de la relativa tranquilidad que cabía esperar del espíritu levantisco y guerrero de sus vecinos.

En 1767 parece alcanzarse un respiro en la situación, cuando, a  instancias del emperador Sidi Mohamed, se establece el primer tratado de “Paz y comercio” entre España y Marruecos.

Las buenas relaciones que se pretendía implantar, se veían ensombrecidas por la presencia de los territorios españoles en el norte de Africa, que España pretendía ampliar, mientras que Marruecos no perdía la esperanza de anexionarselos.

La recuperación de Mazagán, en 1769, indujo a Sidi Mohamed a tratar de hacer lo mismo con  las plazas españolas. Las operaciones se iniciaron el 19 de Septiembre de 1774, cuando unos emisarios del sultán se presentaron en Ceuta con una carta para el rey Carlos III, en la que se declaraba la rotura del tratado firmado anteriormente y se expresaba la intención de "desalojar a los cristianos de las tierras de los musulmanes", siendo atacada a continuación.

No obstante, durante los dos años siguientes, el esfuerzo bélico marroquí se dirigió principalmente contra Melilla y los peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera, no molestándose de forma significativa a Ceuta.

A la muerte de Mohamed, subió al poder Muley Yazid, que pronto demostró su enemistad hacia nuestra Patria. Así, en el mes de Septiembre de 1790, un ejército, compuesto de unos 20.000 hombres y mandado por su hermano Ali, estableció sus campamentos en Castillejos, Negrón y el Serrallo y ocupó las trincheras próximas a la plaza.

Con bombardeos de artillería, escaramuzas y salidas en fuerza de la guarnición para lograr objetivos de alcance limitado, la situación se prolongó hasta Noviembre del año siguiente. En esta fecha, el alcaide de Tetuán, en nombre del sultán, acordó, por enésima vez, los límites de la plaza quedando levantado el sitio.

A partir de entonces, las relaciones con el vecino reino de Marruecos fueron de relativa tranquilidad. Sin embargo, la situación interna española motivada por la Guerra de la Independencia primero, y la 1ª Guerra Carlista, después, fueron aprovechadas por los marroquíes para ocupar en Julio de 1837 la zona de expansión reconocida en 1791.


Nuestras reclamaciones provocaron que, en 1843, el bajá de Tánger acordase la devolución del terreno que nos había sido usurpado, los cuales se restituyeron al año siguiente. No obstante, ello no impidió que los fronterizos volvieran a manifestar su agresividad, de la que eran víctimas no sólo Ceuta y sus habitantes, sino las embarcaciones españolas que costeaban la cávila de Anyera; actos de hostilidad que, reanudándose, posteriormente dieron lugar a la guerra de 1859-1860.

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