sábado, 5 de octubre de 2013

Ceuta y la Guerra de la Independencia

Antonio Carmona Portillo, 9 de Junio de 2011. La ciudad de Ceuta no sufrió durante la invasión de España por las tropas imperiales de Bonaparte las inclemencias del desastre de una guerra, tal como ocurriría en otros puntos de nuestro País, como Zaragoza, Gerona, etc. Nuestra ciudad pronto se adheriría a la Junta Suprema creada en Sevilla y participaría, desde la retaguardia, en la lucha por expulsar al invasor.

Diversos cuerpos de ejército que estaban de guarnición en Ceuta, fueron a combatir a los franceses a bordo de los mismos barcos ingleses que habían protagonizado el bloqueo a la ciudad norteafricana durante la guerra contra Inglaterra. La intervención del regimiento Fijo de Ceuta en las batallas de Villanueva de la Reina, Mengibar y, finalmente, en la mas famosa de todas, Bailén, fue factor probatorio de con qué facción de los que luchaban en España se había alineado nuestra ciudad.

Pero a partir de 1810, el signo de la guerra cambió radicalmente para los españoles. El propio Napoleón, con su grand armé,  de más de 250.000 hombres se presentó en España para acabar de una vez por toda con la resistencia española, centralizada en la guerrilla y los ejércitos leales a Fernando VII. 

Pronto el general Sebastiani pasaría Despeñaperros y sometería casi toda Andalucía con escasas dificultades, salvo una pequeña resistencia que se opuso en Málaga y la tenaz defensa de su asedio que protagonizaron los habitantes de Cádiz. Dueño los franceses del sur de España, salvo Cádiz, controlaban sus aguas, impidiendo los ataques que los ingleses, aliados ocasionales de España, llevaron a cabo contra las costas andaluzas.


Por otro lado en Ceuta se refugiaron todos aquellos que se vieron obligados a huir de la represalia francesa, por haberse distinguido como antifranceses y patriotas. Es conocida la presencia en Ceuta de los duques de Medinaceli, los marqueses de Ariza, Villanueva, etc., así como población anónima procedente de localidades como Tarifa, Algeciras, Estepona, etc.

Defensora de la integridad de España, Ceuta va a continuar aportando hombres y dinero a la guerra, así como refugio para las tropas aliadas frente al imperialismo napoleónico. En este sentido es conocida por muchos, gracias a la investigación de don Carlos Posac, la presencia en nuestra ciudad de un destacamento inglés, al mando del general Alexander John Fraser (después Lord Saltoun) y procedente de Gibraltar. Las familias de estos soldados también se establecieron en Ceuta. La mayoría eran católicas y aquí bautizaron a un número considerable de hijos, mientras que los nacidos en el seno de familias protestantes eran inscritos en la King´s Chapel de Gibraltar. Menos conocida es, sin embargo, la aportación que hizo Ceuta a una de las intentonas inglesas por conquistar Málaga. 

La Junta de Defensa de Cádiz se había percatado de que la mejor manera de mantener el sitio y evitar la toma de la ciudad por los franceses, era llevar a cabo una táctica de distracción, mediante ataques esporádicos a algunas localidades andaluzas que obligasen a los sitiadores a distraer tropas del cerco gaditano. Uno de ellos fue el planificado contra Málaga, cuyo puerto, a decir de los informadores españoles que llegaban a Gibraltar, estaba bastante desguarnecido.

El general Colin Campbell, confió esta misión a Andrew Thomas Blayney, oficial británico de familia noble, de origen galés, pero establecida en Irlanda. El 10 de octubre, se le dio  la orden de estar dispuesto para la misión secreta y tomar cuatro compañías del regimiento nº 89 de Su Majestad, compuestas por 300 hombres de infantería de línea y 500 desertores alemanes, poloneses e italianos. Con estas tropas debía presentarse Blayney en Ceuta a dónde debía unírsele el regimiento español de Toledo. Ese mismo día se presento lord Blayney en el navío de Su Majestad, Topaze, convertido en buque insignia de la expedición. Desde allí dirigió una proclama a los habitantes de Málaga para que estuvieran prestos a levantarse contra sus ocupantes, según le habían asegurado que harían si llegaba a la ciudad un destacamento militar inglés.

El día 11 de Octubre de 1810, por la mañana, la escuadra levó anclas y se dirigió hacia Ceuta, pero el poco aire que hacía no le permitió fondear hasta por la noche, y Blayney no pudo poner pie a tierra hasta el otro día. De inmediato puso en aviso al general Frasser de su llegada, rogándole que activase el embarque del regimiento español. Por la mañana Blayney  se presentó ante el gobernador de Ceuta, don José María de Alós y Mora, quien, informado de su misión, le me prometió toda la ayuda posible. 

Blayney era un militar avezado y perspicaz y pronto se daría cuenta de que los españoles de Ceuta tenían gran prevención contra los ingleses, por cuya razón el general Frasser había tenido el cuidado de quitar todos los cañones de la ciudadela del Hacho en dónde había alojado a sus tropas. El embarque de las tropas españolas se terminó por la mañana, después de lo cual Blayney visitó varios buques de transporte y encontró a los españoles muy descontentos de las provisiones que se le habían distribuido. Por lo visto, los capitanes habían seguido demasiado rigurosamente la disciplina y les habían servido carne aunque era día de ayuno, lo que había molestados a las autoridades civiles y, especialmente, religiosa de Ceuta. Blayney, como buen irlandés y, por consiguiente, católico, comprendió esta situación y reflexiona en su diario, escrito después de su cautiverio en España a manos de los franceses, que el buen sentido debería haber hecho proceder de otra manera a los capitanes de los buques.


En realidad la expedición carecía de un cuerpo de ejército medianamente entrenado. Pues solo el regimiento de Toledo estaba bien uniformado y parecía compuesto de hombres más disciplinados que la mayoría de los soldados españoles. Blayney felicitó a su coronel por el buen aspecto que presentaban sus tropas y le preguntó si poseían todos los objetos necesarios. La respuesta fue afirmativa, pero conociendo la inconcebible negligencia de la intendencia militar española, Blayney no creyó deber otorgar una ciega confianza a sus discursos. Habiéndose informado más exactamente del estado de sus armas y municiones, encontró un déficit de 148 fusiles, además de que nadie tenía el número justo de cartuchos. Escribió inmediatamente al gobierno español y le hizo observar que era imposible distribuir municiones, porque los cartuchos ingleses no servían para las armas españolas. Le respondieron muy cortésmente enviándole lo que pedía; en cuanto a los fusiles que faltaban, dio de los suyos, con cien cartuchos para cada hombre.

Después de que hubo facilitado todas las instrucciones al coronel español, la escuadra levó anclas y partieron de Ceuta rumbo a La Península. En la noche del 13, el capitán Hall, de la Marina Real, que mandaba un destacamento de chalupas cañoneras, subió a bordo. Llegaba de Gibraltar y traía cartas de Su Excelencia el vicegobernador. El capitán Hall creía en la posibilidad de tomar Málaga por sorpresa, fundando su opinión en los informes recibidos en Gibraltar, que aseguraban que los cañones del muelle malagueño habían sido retirados. Propuso el bombardeo de la ciudad por los buques hacía el levante, mientras las tropas desembarcadas atacarían al enemigo por el lado del mar. Sin embargo al general Blayney, según afirma en sus “memorias de un prisionero inglés”, no tenía mucha confianza en el servicio secreto español, por lo que decidió la toma de Fuengirola, a la que creía más desguarnecida. Pero en esto también se equivocaron los espías al servicio de los patriotas y en el intento de tomar su fortaleza, Blayney cayó prisionero de los franceses, siendo trasladado primero a Málaga y luego a Francia, dónde permaneció hasta el final de la guerra. Así terminó esta aventura del general inglés Blayney que partió de Ceuta el día 12 de octubre de 1810.

Amdrew Thomas Blayney

Nació en el castillo de Blayney, en el condado de Monaghan, el 30 de noviembre de 1770. Recibió una educación francesa. En 1784, la muerte de su hermano mayor hizo de él el onceno par de esta rica familia que desde 1612 disfrutaba, por merced regia, su título e inmensos dominios.

Comenzó su carrera en el regimiento nº 32, pasando después por los números 41y 89. En 1795 su regimiento fue enviado  las Indias, y en 1798 compró el puesto de teniente coronel del regimiento nº 89, con el que estuvo en Irlanda. En 1799 formó parte de la guarnición de Menorca, conquistada para Carlos Estuardo. También tomó parte en la campaña de Malta, Egipto y participó en la campaña contra la independencia de los Estados Unidos. En 1810 pidió destino a España, a donde es enviado, formando parte de la guarnición que defendía Cádiz. Cayó prisionero en Fuengirola y estuvo en Francia desde 1811 a 1814 y cuando volvió a Inglaterra publicó su diario. El 8 de abril de 1834 murió súbitamente en París, no dejando más que un hijo con el que se extinguió la dignidad de par, pues murió sin descendencia.

sábado, 28 de septiembre de 2013

De Marruecos a Ceuta, piedra a piedra. El monumento del Llano Amarillo en Ceuta.

Por Francisco Sanchez. blogceutahistorico. Este monumento popularmente conocido como Monolito del Llano Amarillo, fue inaugurado en el valle de Ketama (Marruecos) el 12 de julio de 1940, para conmemorar las maniobras militares celebradas entre el 5 y el 12 de julio de 1936, y en la que se fraguó a espaldas del Gobierno de la República, el golpe del 17 de julio de 1936. El citado monumento, es una de las obras más emblemática y tal vez la más conocida fuera del ámbito de la ciudad. Se trata de un amplio conjunto monumental constituido por una escalinata en varios niveles que permite una ascensión, tanto física como visual hacia el monolito de 15 metros de alto que forma el núcleo fundamental de la obra con una elaboración de imágenes procedentes de varias corrientes, aunque primaban las futuristas.

Tras la Independencia de Marruecos, se trasladó el monumento a Ceuta, un centenar de camiones participaron en el transporte. El 26 de mayo de 1962, el alcalde y jefe provincial del Movimiento, Ibáñez Trujillo y el teniente general Galera, Gobernador y Jefe del Ejercito del Norte de África, colocan la primera piedra. Firmaron el inicio de las obras, siendo el acta depositada en el interior de una caja de plomo con una colección de monedas y ejemplares de los periódicos El Faro de Ceuta, Arriba y ABC. Se une a la existencia ya en el interior de esta misma caja colocada en la fecha correspondiente de la misma ceremonia en 1940, los diarios ABC, Gaceta de África, Telegrama del Rif y el Faro.

El desmontaje del monumento en el valle de Ketama se comenzó el 26 de diciembre de 1961, finalizando el 3 de febrero de 1962, el desmonte fue dirigido por el comandante Vianor Escalante. Fueron dos mil novecientas piedras con un total de trescientas toneladas, terminándose el 15 de septiembre y el 24 de abril de 1963, se llevó a cabo la inauguración del monumento donde el alcalde y jefe provincial del Movimiento Ibáñez Trujillo, firmó el acta donde se cedía el citado monolito a la ciudad, realizada por parte del teniente coronel Alfredo Erquicia, gobernador militar.

El acta de cesión al Ayuntamiento de Ceuta, por parte del ministro del Ejercito lo leyó el jefe del Estado Mayor, Luis Cano: “Tengo el honor de comunicar a que de acuerdo con la propuesta formulada en su escrito de fecha 8 de diciembre de 1962 se autoriza la entrega del monumento del Llano Amarillo al Municipio de Ceuta, a cuyo cargo correrán las obras correspondientes a las obras de urbanización del citado monumento”.

Con anterioridad al acto de entrega del Monumento se hallaba formada una compañía del Tercio Duque de Alba II de la Legión con bandera y música y una centuria de las organizaciones juveniles de Falange.

El monolito asume una imagen muy geométrica y a la vez dinámica, rematada en una fuerte curva bajo la que sitúa el escudo nacionalista y sendos cuerpos a modo de alas. Este monumento se convirtió desde su traslado a Ceuta en un símbolo del régimen franquista, donde se celebraron homenajes y exaltación del golpe del 18 de julio, también fue ampliamente representado en fotografías y pinturas, como las realizadas por Mariano Bertuchi.


El Monumento fue obra del arquitecto Francisco Herranz, este cursó sus estudios en la Escuela de Arquitectura de Madrid. El 13 de octubre de 1924 fue nombrado arquitecto municipal de la ciudad de Zamora, allí realizó el anteproyecto del Plan General de Ensanche de esta ciudad. Su trabajo en Zamora terminó cuando fue nombrado en 1929 arquitecto de Construcciones Civiles de Obras Públicas y Minas de la Alta Comisaría de España en Marruecos. Durante estos años realizó múltiples obras en Melilla, debido a que su trabajo diario lo desempeñaba en la vecina ciudad marroquí de Nador, y posteriormente fue trasladado a Tetuán. Debido a sus problemas de salud, el arquitecto abandonó repetidamente su puesto en la ciudad marroquí para desplazarse a la península. Finalmente, en junio de 1944, Hernanz pidió un año de excedencia y tras agotar ese plazo se asentó definitivamente en Madrid. De quien también se puede destacar su obra en Castillejos (Marruecos) donde construyó en 1939 la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.

Ceuta española y victoriosa. De los hostigamientos del siglo XVII al gran cerco de Muley Ismail. La configuración de la Ceuta moderna.

CISDE. Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R). La lealtad de Ceuta fue premiada por Felipe IV con la concesión, en 1641, del título de Muy Noble y Leal Ciudad. Posteriormente, según Real cédula de 1654, se agregó el dictado de Fidelísima.

Hasta 1694, año en el que se inicia el largo sitio decretado por el sultán Muley Ismael, la plaza sigue su ya crónica situación en la que no cesa la hostilidad de los fronterizos alternando con momentos en los que no son raras las relacionas de amistad y de comercio entre unos y otros, ni es extraño que en Ceuta se acojan autoridades marroquíes caídas en desgracia o vencidas en el continuo guerrear en que se consume el imperio. Así, destacaremos como principales hechos de armas los sucedidos en 1644, 1662, 1664, 1665 y 1674.

El primero de los citados fue el ataque de más de 3.000 moros a un reducto guarnecido por una compañía que quedó aniquilada antes de que acudieran las fuerzas que consiguió rechazar a los atacantes. Para vengar la muerte de los 42 defensores del reducto dicho, y tratar de rescatar a  dos cautivos, se persiguió a los asaltantes, a los que se dio alcance cerca de Negrón, matando a muchos y obligando a los demás a buscar un asilo seguro dentro de las fortificaciones de Tetuán.

En 1662, si bien se produjo el fracaso de la fuerza que desembarcó en los Castillejos para proveer de leña a la plaza, y la infortunada salida realizada con igual cometido, en la que perdió la vida el adalid Pedro Vieyra Arráez, se sucedieron una serie de hechos victoriosos, no limitados al campo fronterizo, sino extendidos en ciertas ocasiones a alguna distancia de la plaza e incluso en el mar, contendiendo con corsarios berberiscos y argelinos y hasta con navíos de guerra de Francia.

En 1664, el marqués de los Arcos rechaza hacia las montañas de Anyera el ataque de una gran fuerza musulmana, evaluada en 24000 combatientes.

En 1665 se produce una incursión hasta el valle de los Castillejos en la que se consigue abundante ganado y algunos prisioneros.

En 1672 sube al trono de Marruecos el sultán Muley Ismail, bajo cuyo reinado se recrudecieron, las tradicionales hostilidades contra las plazas españolas en la costa norte africana. Así, Ceuta, Melilla, y los Peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera, sufrieron duros, aunque infructuosos asedios.

En 1674, se rechaza el ataque de más de 10.000 moros, a los que se produjeron más de 400 muertos, y 160 cautivos, por tan solo un muerto y nueve heridos propios.

También fueron frecuentes los enfrentamientos en el mar. En 1674 hacía ya dos que España, aliada con Holanda y Austria, se hallaba en guerra con la Francia de Luis XIV.

El 22 de Junio, una flota de 28 navíos franceses se presentó ante Ceuta, siendo rechazada por su artillería, que echó cinco de ellos a pique; mientras, se mantenía en tierra dura batalla contra 20.000 moros que buscaban  resarcirse de los descalabros pasados.

Para el de Ceuta, el Sultán, destinó un ejército de 40.000 hombres siendo la población total de la plaza en aquel momento de 3490 habitantes, de los que 2250 eran civiles y el resto soldados y desterrados (1000 infantes, 100 jinetes, 80 artilleros y 60 marineros). Dado lo exiguo del personal, pidió refuerzos al gobierno de Madrid y a las ciudades andaluzas del litoral, al tiempo que con los medios disponibles se dispuso a organizar la defensa y realizar las obras necesarias para reforzar las antiguas fortificaciones.

El día 22 de Septiembre de 1694 las tropas musulmanas alcanzaron las inmediaciones de la plaza, iniciándose así un sitio que va a durar 33 años. Con el transcurrir de los años de sitio se fue construyendo una imponente red de baluartes, revellines, contraguardias y lunetas, que hacían casi imposible la toma de la ciudad por el frente de tierra con los medios bélicos de entonces.

En Julio de 1695, la guarnición se había “acostumbrado a la situación”, lo que unido a la enfermedad del gobernador y la muerte del segundo jefe de la plaza, provocó una cierta relajación de la  disciplina y el descuido en el servicio que una situación como la que se soportaba requería.

Esta situación fue denunciada a los sitiadores por un desertor, de modo que el día 30, a las doce del mediodía, algunos moros, al amparo del descuido de la vigilancia, escalaron los muros de  las contraguardias de San Pedro y San Pablo, y mataron a los negligentes centinelas.

Afortunadamente fueron descubiertos por otros de la muralla real, que alertaron a la ciudad. Se  consiguió organizar una fuerza de reacción que a cuchilladas desalojan a los moros del baluarte, recuperando el valor lo que perdió a descuido. La jornada se saldó con 2500 moros muertos, por 126 de  los españoles además de 100 heridos.

El 18 de Mayo de 1703, se produjo una información en sentido contrario, llegándose al convencimiento de que una salida de la guarnición podía proporcionar grandes ventajas. Para ello se dispuso una fuerza integrada por 1.500 infantes y 180 jinetes, organizadas en cuatro columnas, en tanto que desde el mar algunos barcos, costeando, se mantenían en condiciones de impedir un posible envolvimiento.

La salida resultó un éxito, consiguiéndose un abundante botín, al precio de 1 muerto y 17 heridos, en tanto que las bajas contrarias pasaron de 300 muertos, muchos heridos y 10 prisioneros.

Durante la Guerra de Sucesión española se produjo la ocupación de Gibraltar por Gran Bretaña, en Agosto de 1.704, lo que modificó significativamente la situación de la sitiada Ceuta. El primer momento de peligro se  produjo cuando la misma flota anglo-holandesa que tomó el Peñón, se presentó ante Ceuta, conminado al gobernador a su entrega, lo que, evidentemente no se produjo, retirándose la flota enemiga.

Finalizada la Guerra de Sucesión, Felipe V consideró llegado el momento de levantar tan largo  asedio, ordenando la constitución de un ejército de 16000 hombres que, al mando del general marqués de Lede, desembarcó en la ciudad en los últimos días de Octubre de 1720.

El 15 de Noviembre, de madrugada, se iniciaron las operaciones ofensivas con las fuerzas divididas en cinco columnas, cuatro de Infantería y una de caballería. El enfrentamiento resultó victorioso para las armas españolas, estableciéndose el campamento español en el mismo lugar que habían ocupado las fuerzas moras, a las que se cogieron 29 cañones, 4 morteros, armas, municiones, víveres, tiendas de campaña, 3 estandartes y 1 bandera, contándose sobre el terreno unos 500 cadáveres. Por parte española, las bajas fueron de 108 muertos y casi 200 heridos.

La reacción marroquí no se hizo esperar, y el 6 de Diciembre, una fuerza de unos 40000 hombres se presentó ante nuestras líneas, teniendo nuestras fuerzas que replegarse sobre Ceuta, si bien provocando al enemigo unas bajas estimadas en unos 8.000 hombres, en tanto que las propias se cifraron en 45 muertos y cerca de 400 heridos.

Esta retirada permitió a los moros rehacerse y volver al ataque el día 21, en número de 35 a 40000 combatientes. Una vez más, nuestras tropas salieron victoriosas del combate defensivo, causando al enemigo 4.000 bajas, por tan solo 80 propias.

Hasta la muerte de Muley Ismael, ocurrida el 22 de Febrero de 1727, la situación permaneció inalterable; sin embargo a partir del 7 de Marzo, los sitiadores comenzaron a retirarse, cansados de tan largo bloqueo que tan pocos resultados prácticos había producido.

Las más de tres décadas de asedio significaron para Ceuta su total transformación, perdiendo su carácter portugués para convertirse en una ciudad española. A ello contribuyó: la prohibición de hablar en portugués, la sustitución de su moneda por la española, la guarnición con tropas españolas, la expulsión de los judíos (1707), la naturaleza de sus intercambios económicos, la procedencia de sus aprovisionamientos, la supresión de los fueros portugueses, etc.

Levantado el largo asedio de 1694-1727, siguió un lustro de relaciones pacíficas entre la plaza y sus vecinos, etapa que se rompe en Octubre de 1732 cuando surge una inesperada amenaza sobre Ceuta, instigada y dirigida, increíblemente, por un holandés, antiguo ministro de Felipe V, el barón de Riperdá. Este personaje, depuesto de sus funciones y encarcelado en el Alcázar de Segovia por divulgar secretos de Estado, consigue huir de prisión y, tras un periplo por diversas capitales europeas, llega a Marruecos, se convierte al Islam y convence al sultán para organizar un ejército de 35.000 hombres, con el objetivo de apoderarse de Ceuta.

Afortunadamente, una sola y arriesgada operación, decidida por el gobernador de la plaza, mariscal D. Antonio Manso Maldonado, al frente de la práctica totalidad de la guarnición, unos 8.000 hombres, consiguió abortar el ataque, en apenas un día de combate.

Los problemas internos del vecino reino de Marruecos mantuvieron a Ceuta al amparo de ataques exteriores. Esta actitud terminó a finales del año 1753, cuando sin razón alguna volvieron los moros a sus agresiones y merodeos, y fueron precisas operaciones de castigo para contenerlos.

Esta tesitura se mantuvo hasta el 23 de Mayo de 1757, fecha en la que, también de forma insospechada y repentina, se produce un nuevo bloqueo de Ceuta de unos dos meses de duración, si bien se limitó, en general, a un moderado intercambio de fuego de artillería y fusilería, así como, aparatosas demostraciones de fuerza del numerosísimo ejército sitiador. La plaza fue reforzada con tropas de infantería y, especialmente, con 230 artilleros procedentes de Cádiz y otros 30 del Campo de Gibraltar.

En los primeros días de Julio se retiraron las huestes del sultán, que falleció tres meses después, y la plaza se vio libre del bloqueo, disfrutando durante bastante tiempo de la relativa tranquilidad que cabía esperar del espíritu levantisco y guerrero de sus vecinos.

En 1767 parece alcanzarse un respiro en la situación, cuando, a  instancias del emperador Sidi Mohamed, se establece el primer tratado de “Paz y comercio” entre España y Marruecos.

Las buenas relaciones que se pretendía implantar, se veían ensombrecidas por la presencia de los territorios españoles en el norte de Africa, que España pretendía ampliar, mientras que Marruecos no perdía la esperanza de anexionarselos.

La recuperación de Mazagán, en 1769, indujo a Sidi Mohamed a tratar de hacer lo mismo con  las plazas españolas. Las operaciones se iniciaron el 19 de Septiembre de 1774, cuando unos emisarios del sultán se presentaron en Ceuta con una carta para el rey Carlos III, en la que se declaraba la rotura del tratado firmado anteriormente y se expresaba la intención de "desalojar a los cristianos de las tierras de los musulmanes", siendo atacada a continuación.

No obstante, durante los dos años siguientes, el esfuerzo bélico marroquí se dirigió principalmente contra Melilla y los peñones de Alhucemas y Vélez de la Gomera, no molestándose de forma significativa a Ceuta.

A la muerte de Mohamed, subió al poder Muley Yazid, que pronto demostró su enemistad hacia nuestra Patria. Así, en el mes de Septiembre de 1790, un ejército, compuesto de unos 20.000 hombres y mandado por su hermano Ali, estableció sus campamentos en Castillejos, Negrón y el Serrallo y ocupó las trincheras próximas a la plaza.

Con bombardeos de artillería, escaramuzas y salidas en fuerza de la guarnición para lograr objetivos de alcance limitado, la situación se prolongó hasta Noviembre del año siguiente. En esta fecha, el alcaide de Tetuán, en nombre del sultán, acordó, por enésima vez, los límites de la plaza quedando levantado el sitio.

A partir de entonces, las relaciones con el vecino reino de Marruecos fueron de relativa tranquilidad. Sin embargo, la situación interna española motivada por la Guerra de la Independencia primero, y la 1ª Guerra Carlista, después, fueron aprovechadas por los marroquíes para ocupar en Julio de 1837 la zona de expansión reconocida en 1791.


Nuestras reclamaciones provocaron que, en 1843, el bajá de Tánger acordase la devolución del terreno que nos había sido usurpado, los cuales se restituyeron al año siguiente. No obstante, ello no impidió que los fronterizos volvieran a manifestar su agresividad, de la que eran víctimas no sólo Ceuta y sus habitantes, sino las embarcaciones españolas que costeaban la cávila de Anyera; actos de hostilidad que, reanudándose, posteriormente dieron lugar a la guerra de 1859-1860.

1415: Don Duarte y Enrique el Navegante toman la ciudad de Ceuta. Final de la Reconquista Portuguesa.

El 14 de agosto de 1415 Don Duarte y Enrique el Navegante tomaban la ciudad de Ceuta para la corona de Portugal. Para ellos, se trataba de una extensión de la Reconquista, finalizada algunas décadas antes que la española.

La historia de Ceuta discurre paralelamente a la de los reinos cristianos de la Península. Fue una plaza de comercio fenicio que pasó a manos romanas en el año 40 d.C. y desde entonces ha estado vinculada comercial y demográficamente con sus vecinos de la costa mediterránea española. Ceuta cuenta con una importante basílica tardorromana del siglo IV, que prueba una penetración del cristianismo similar a la del resto de Hispania. Con la dominación visigoda, Ceuta siguió vinculada a la Península e incluso durante la invasión musulmana seguiría vinculada al califato de Córdoba, a la taifa de Málaga o al reino nazarí de Granada.

En 1415 Enrique el Navegante la conquista para Portugal y durante más de un siglo en la ciudad norteafricana se hablará el portugués, hasta que Felipe II impone sus derechos sobre la corona vacante de Portugal e incorpora el reino a la Monarquía Hispánica. Con la adhesión, Ceuta se convertirá en plaza española y en 1640, al independizarse de nuevo Portugal, la ciudad demostraría por qué merece el nombre de «Noble, Leal y Fidelísima». Los habitantes de Ceuta decidieron que preferían seguir siendo españoles, así se votó y así tuvo que ser reconocido por Portugal, pese a que la ciudad conserva en su escudo y en su bandera las armas del país luso.


Ceuta pertenece, pues, a España desde 1580 a través de la corona portuguesa y desde 1640 por anexión directa a la corona española. Por su territorio han pasado los mismos pueblos que por la Península Ibérica y rara vez ha estado bajo dominio de alguna fuerza africana. 

Otro tanto ocurre con Melilla, que al igual que Ceuta pasó de ser puerto fenicio a romano para luego oscurecer, durante la dominación musulmana. En 1497 el duque de Medina Sidonia la encontraría derruida y abandonada por las guerras entre las tribus berberiscas y la recuperaría para los Reyes Católicos, desembarcando con nocturnidad y levantando una fortaleza con vigas prefabricadas ensambladas a toda velocidad. Cuando los caldeos se dieron cuenta, tenían a sus espaldas toda una ciudad fortificada que nunca más volverían a dominar.

sábado, 13 de abril de 2013

La Guerra de la Cochinchina. Cuando España invadió Vietnam.


Clío, Año 4, Num. 42, pp. 46-49. En 1858, un grupo de soldados españoles, junto a franceses y filipinos, se desplazó hasta la Cochinchina (Vietnam del Sur) y tomó Saigón. Allí permaneció hasta 1862, cuando el emperador vietnamita pidió la paz, tras la cual nació la Indochina francesa. España había colaborado en su creación, pero apenas obtuvo beneficio. Recordamos este episodio, uno de los más olvidados por la historia oficial.

Fue una victoria tras otra. Después de la muerte, en septiembre de 1857, del vicario apostólico del Tonkín central, el dominico español José María Díaz Sanjurjo (Melchor de San Pedro para sus fieles), una expedición de castigo de unos 3.000 soldados franceses, españoles y filipinos conquistó Danang, la principal ciudad de Vietnam central, en septiembre de 1858. Unos meses después, se dirigieron hacia Vietnam del Sur, en aquella época conocido como la Cochinchina, y tomaron la ciudad de Saigón, que ya entonces tenía más de 100.000 habitantes. Finalmente, en mayo de 1862, el emperador vietnamita Tu Duc pidió que se iniciaran las negociaciones de paz que se concretaron en el Tratado de Saigón. Era el nacimiento de la Indochina francesa, en el que España colaboró de forma significativa

El interés de España por Vietnam

Los españoles estaban presentes en el sudeste asiático desde el año 1565, cuando llegó a la isla de Cebú una expedición mandada por Miguel López de Legazpi y el fraile agustino Andrés Urdaneta. La conquista de las Filipinas fue relativamente rápida (véase Clío, número 12) y pronto se dirigieron las miradas hacia China, Indochina y las islas de las especies. Sin embargo, Asia no era América, y además España sufrió derrotas como la de la Armada Invencible que llevaron a enfriar los planes de expansión en el continente asiático. Su presencia en la región, por tanto, se centró en proveerla de plata americana y en impulsar una gran red de comunidades misioneras por el lejano Oriente. En el actual Vietnam, se documenta la presencia de misioneros españoles, en concreto dominicos, desde el año 1678.

En el siglo XIX, el panorama político y militar había cambiado sustancialmente. España ya no era la gran potencia mundial y el dominio de los siete mares correspondían a Gran Bretaña y Francia. La primera contaba con una importante presencia en la India. La segunda estaba dispuesta a buscar cualquier excusa para conquistar Indochina, desde que un 28 de mayo de 1787 el emperador del reino de Annam había permitido la presencia comercial de franceses en ese país. La excusa perfecta fue el asesinato del misionero dominico Díaz Sanjurjo. París reclamó la defensa de la civilización occidental y solicitó al gobierno de Madrid el envío de una expedición conjunta de castigo. Los españoles eran los aliados perfectos de Napoleón III, porque su participación evitaba las objeciones británicas y no suponían competencia alguna en la región. En esos años, la presencia comercial francesa en Asia oriental era ya muy importante, especialmente en China, mientras que, a excepción de Filipinas, ninguna casa de comercio española se había instalado en esas costas, ni siquiera en Hong Kong. Tal como se quejaba el propio cónsul general de España Gumersindo Cañete, "de todas las naciones han venido a establecerse un gran número de negociantes, excepto españoles". El comercio de la provincia china de Fujiancon Filipinas seguía siendo tan importante como antaño, pero estaba a cargo casi en exclusiva de mercaderes chinos, aunque un muelle del puerto de Xiamen se llamara "de los españoles". En realidad, estos estaban adaptándose muy lentamente a la navegación a vapor y ni siquiera su presencia en Filipinas los azuzaba para comerciar por el sudeste asiático.

España se unió a la expedición de Cochinchina sin saber muy bien los objetivos, aparte de la gloria de defender a los suyos. Además, hay que tener en cuenta que, en esos años, el ejército español estaba muy disperso y las posibilidades de actuar, debilitadas. Había participado con diferente suerte en diversas campañas en América, como la dirigida por Prim en México y la de Santo Domingo; estaba combatiendo en la costa americana del Pacífico (1863-1866) contra las nuevas naciones de Perú y Chile, y luchaba contra los rifeños en la guerra de Marruecos. además, el país había sufrido la tragedia de tres guerras civiles. Por ello, de los trece buques que participaron inicialmente en la expedición de Indochina, solo uno era español. Se trata del Elcano, que, además, era el que tenía menor capacidad de fuego, con solo dos cañones y 75 tripulantes, mientras que la fragata francesa Nemesis, por ejemplo, tenía 52 cañones. Más tarde el Elcano fue sustituido por el vapor Jorge Juan, con seis cañones y 175 tripulantes.

Hazañas bélicas en el lejano Oriente

El contingente militar, mayoritariamente integrado por filipinos, zarpó de Manila en dirección al puerto de Danang, llamado antiguamente Turón por los españoles, principal ciudad de Vietnam central. En septiembre de 1858 cayó esta localidad, y el 10 de febrero de 1859 los aliados atacaron Saigón, la capital de la Cochinchina. Tras la toma de la plaza, el mando francés izó la bandera tricolor y se apropió del botín. El ejército galo siempre consideró a las tropas españolas como auxiliares y mandó regresar a Filipinas todo el contingente español que no estuviera en Saigón, y con ellos al jefe del cuerpo expedicionario, el coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote. Solo quedó en Vietnam un centenar de soldados españoles bajo la órdenes del teniente coronel Carlos Palanca Gutiérrez. Tras diversas acciones militares, en la primavera de 1862 el emperador Tu Duc aceptó las condiciones de París: cedió la zona ocupada a Francia y permitió la libertad religiosa. Un año después, los franceses ocuparon Camboya y una década más tarde, el norte de Vietnam. En 1902 habían conseguido unificar toda Indochina y España apenas había sacado beneficio de la campaña. Las tropas regresaron a Filipinas y la historia oficial española empezó a olvidar la expedición.

Las claves de la primera Guerra de Indochina

¿Por qué esta guerra fue un verdadero paseo militar de la coalición francohispana? ¿Por qué resultó tan fácil derrotar a Vietnam en la primera guerra de Indochina si lo comparamos con la famosa guerra de Vietnam del siglo XX? La diferencia crucial, fue, ciertamente, la motivación. A finales del siglo XIX, Vietnam ansiaba liberarse de la odiada influencia china, de más de mil años de duración. La expedición europea era vista, así, como un contrapunto a esa aplastante hegemonía milenaria, tal como recordó el líder comunista Hô Chi Minh. Pero los vietnamitas nunca consideraron a los franceses como superiores, ni admitieron que su futuro debiera estar en manos extranjeras. Los funcionarios vietnamitas que estudiaban en Francia fueron siempre mal vistos en el país, al igual que los cristianos, que nunca superaron el cinco por ciento de la población. Los franceses buscaron imitar el modelo español de colonización de las Filipinas para consolidar su dominio y pretendieron que los vietnamitas se convirtieran masivamente al cristianismo. Sin embargo, se encontraron con un nacionalismo creciente, que en menos de un siglo fue capaz de derrotarlos en Diên Biên Phu, en el año 1954.

Pero, además, no hay que olvidar el avance tecnológico que separaba ambos contendientes. Los vietnamitas solo disponían de elefantes frente a las poderosas armas de fuego de Occidente que, además, contó con una hábil estrategia, a la vista de los resultados. Tras conquistar Danang, en el Vietnam central, la coalición europea rehusó atacar el corazón del imperio de Vietnam en el norte y miró hacia el sur, a la Cochinchina y a su capital. Saigón eras entonces una ciudad fronteriza, situada en la fértil desembocadura del Mekong, ganada a los camboyanos, y en donde vivían los recelosos de la autoridad central del reino de Annam. París temía atacar de entrada Huê, la capital vietnamita, y veía más factible sitiar Saigón, a pesar de las presiones de los misioneros, que preferían que la expedición arremetiera contra el norte (porque allí se concentraba la mayor parte de los cristianos vietnamitas) y de los españoles, que querían ir a Tonkín, por su cercanía a las Filipinas.

El gobierno de Napoleón III recelaba de los misioneros españoles, "más ardientes y fanáticos que los franceses". El primer gobernador de Cochinchina, el contralmirante Bonard, los acusó de ser antiguos guerrilleros e incluso de carlistas. Pero, en cualquier caso, España apenas incordió a los franceses ni hizo valer su presencia en Filipinas para conseguir mejores resultados; había confiado ciegamente en Napoleón III y había embarcado a sus tropas con la única ambición de castigar la muerte del dominico, sin exigir garantías y sin apenas coordinación entre la península y el gobernador de Filipinas.

Además la expedición contó con aliados locales. Por un lado, el reino de Siam (la actual Tailandia), un enemigo tradicional de Vietnam que siempre estaba dispuesto a colaborar con los europeos contra su vecino. Por el otro, Camboya, con un poderío mucho menor, pero que también ha buscado siempre contrarrestar la hegemonía de sus vecinos. Francia fue un mal menor para los camboyanos, que se echaron en manos de los franceses para luchar contra el dominio vietnamita, como hubieran hecho contra los thais de Siam.